Sobreviviente de incesto, a quien el Estado falló y revictimizó, ahora como abogada trabaja para poner fin a la violencia sexual mientras su propio caso será escuchado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos el 29 y 30 de marzo de 2022. Esta historia fue compartida como parte del lanzamiento del reporte Fracaso en la protección: Cómo las leyes y prácticas discriminatorias en materia de violencia sexual perjudican a las mujeres, niñas y adolescentes en las Américas.
Yo tenía 15 años la primera vez que mi primo Eduardo de 27 años abusó sexualmente de mi. Estaba muerta de miedo, completamente entumecida. No podía reaccionar. No entendía lo que ocurría. Después, él me violó cada día por ocho meses y me lavó el cerebro para que no dijera nada a nadie. Él sabía exactamente cómo controlarme y manipularme para asegurar mi silencio, amenazándome con violar mis hermanas menores, y afirmando que estos hechos destruirían a mis padres si ellos supieran lo acontecido.
Desarrollé trastornos alimenticios y pasé mis días en mi habitación solita, llorando. Intenté suicidarme. Mis padres sabían que algo estaba mal, pero nunca sospecharon la violencia sexual. Me llevaron a un centro especial de psicología, y allí es donde revelé lo que me estaba pasando.
Mis padres y hermanos estaban desolados(as). Mis padres estaban consternados ya que no se habían dado cuenta de lo que estaba ocurriendo justo frente a ellos, y apenados de que no habían podido proteger a su hija. Después de quebrar mi silencio, un nuevo mundo se abrió en el cual me autoculpaba, lo cual no debió de haber pasado. Mis padres hicieron lo mejor que pudieron. Nada de esto fue nuestra culpa; sin embargo, el remordimiento persistió.
Mis padres se convirtieron en luchadores(as) fervientes de justicia para mí.
Debido a que yo fui una de las primeras adolescentes de llevar a juicio una denuncia de violación en Bolivia, nos enfrentamos a mucha resistencia. En Bolivia, las víctimas de la violencia sexual a menudo son culpadas, y se asume que ellas habían hecho algo para hacerles merecedoras de dicha violencia. Mis padres les suplicaron a docenas de abogados(as) que me representaran y, reiteradamente, les dijeron a mis padres: “No voy a deshonrar a mi nombre, defendiendo una víctima de la violación”. La gente decía que el mío era un caso perdido.
Los(as) jueces(as) tampoco querían oír mi caso, y por lo tanto fue transferido de tribunal en tribunal más de 20 veces. Eso nos permitió conocer de primera mano cómo las víctimas de la violación eran y todavía son percibidas en Bolivia – completamente sin valor.
Cuando finalmente me acerqué a la fiscal buscando socorro, ella me culpó por la violación y me humilló. Ella me obligó a contar mi historia en reiteradas veces, y me sometió a una interrogación extenuante. Me dijo que no cesaría hasta descubrir las mentiras y, al encontrarlas, me encarcelaría. Después de varias horas de interrogación, me dijo: “Usted es una persona muy egoísta. ¿Jamás piensa en su familia? ¿No se siente mal que el hombre que usted está acusando podría ir a la cárcel por siete años?”
Mi examen forense fue una pesadilla. Un médico, acompañado por cinco médicos residentes, realizaron el examen. Se burlaron de mí mientras me desnudaba. Me obligaron a acostarme en la mesa de examen. Luego me obligaron a abrir mis piernas y el médico sondeó mi vagina. Este examen espantoso se realizó en un cuarto con las ventanas abiertas, quedando expuesta a quienes por allí pasaban.
Durante los próximos meses, visité varios(as) psicólogos(as) y asistí a tantas reuniones con abogados(as) y fiscales que perdí la cuenta. Mis padres lloraban casi cada noche, y pasaron un sinnúmero de horas realizando investigaciones jurídicas y recabando pruebas. Ellos hicieron la labor que los(as) fiscales y abogados(as) no hicieron.
Después de varios años de este horror, decidí convertirme en abogada para llevar mi propio caso, debido a que nadie más estaba dispuesto a ayudar.
He dedicado mi vida en abogar en nombre de sobrevivientes de la violencia sexual, y a reformar el sistema legal para asegurar que éste responsabilice a los perpetradores en vez de revictimizar a las sobrevivientes.
Dirijo mis esfuerzos para dar forma a una sociedad en la cual nunca más se dará la violencia sexual, donde las niñas están seguras y no tienen que temer sus padres, hermanos, tíos, abuelos, primos, maestros, médicos, sacerdotes, pastores o vecinos. Esto se tiene que acabar.
*Aunque Brisa quería presentar cargos de violación contra su primo, el juez en su caso usó su criterio para reducir la acusación a la de “estupro”. Después de haber fallado en obtener justicia ante los tribunales nacionales, Brisa llevó su caso hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos, donde todavía se encuentra pendiente. Sin embargo, al momento de realizar este reporte cuando esta historia fue compartida y casi dos décadas después de haber denunciado por primera vez el abuso, el abusador de Brisa todavía no ha sido llevado ante la justicia.